El arte de dejar ir
Al final, sólo tres cosas importan: cuánto amaste, cuán gentilmente viviste, y qué tan agraciadamente dejaste ir las cosas que no eran para ti.
–Buda
Para las seres humanos existe un desafío por encima de muchos y que es universal: soltar algo que consideramos nos pertenece. A veces se trata de un ser querido, una relación, un trabajo, un objeto o una situación ¿Por qué nos resulta tan difícil?
Ocurre que cuando pensamos en el acto de “soltar”, inmediatamente lo asociamos con una pérdida; en consecuencia, también con la pena que nos embarga desprendernos de esa persona o de esa situación. Los seres humanos hemos llegado a creer que esto de soltar o dejar ir es algo sumamente difícil. Primero, porque generalmente sufrimos en el proceso de soltar. Segundo, porque pensamos que dejar ir dolerá demasiado. Pero la realidad es otra si nos damos la oportunidad de reflexionar y sacar conclusiones positivas.
En primera instancia, sufrimos porque pensamos en todo lo que tuvimos y creemos que no encontraremos nada igual, nada que pueda reemplazar la pérdida. Y la verdad es que no encontraremos nada igual. Porque en el proceso de soltar el propósito es que algo mejor llegue a nosotros y, necesariamente, tendrá que ser diferente. Y si duele, pero las personas que nos hemos atrevido a soltar sabemos que duele más querer retener a toda costa lo que ya no debe ser parte de nuestra vida. Resistirnos a soltar es como llevar una pesada carga en los hombros o como prolongar una tragedia sin final.
Así, considero que muchas veces pasamos por alto la capacidad que existe en nuestro interior para comprender las pérdidas como parte del proceso de la vida. En el guión de nuestra película interior, esa que se proyecta en nuestra mente y que determina lo que queremos y, lo que no queremos, se encuentra la posibilidad de ver desde otra perspectiva lo que, habitualmente, llamamos pérdidas. Creo que algunas personas perdemos de vista que no somos dueños de todo lo que sucede. Si bien una gran parte de nuestra vida está determinada por las decisiones que tomamos y las actitudes que adoptamos, otros sucesos simplemente ocurren. Y es nuestra responsabilidad aceptar lo que no podemos cambiar y descubrir el justo valor y el propósito de las cosas que llegan a nuestra vida.
Por eso creo que “dejar ir” es más que vivir un duelo y resignarse. Es algo así como la naturaleza de un río: es dejar que fluya, es ser flexible y aceptar que todo tiene un cauce. Es reconocer que no todo es para siempre, es sincronizar nuestra “película interior” con el Plan Infinito, con el Universo, con Dios o con algo más grande que nosotros. Se trata de quitar las resistencias, esa sensación de que las cosas deben ser de una forma determinada o, al menos, de la forma en que nosotros creemos que deben ser. Cuando fluimos, abrimos paso a lo que realmente nos corresponde vivir y a recibir cada una de las bendiciones que están destinadas para nosotros.
Si eres consciente de lo que eres capaz de hacer despojándote de la carga que te embarga cuando insistes en retener, estás dando un gran paso para aliviar el dolor. Por eso, sabemos que hemos soltado ese algo o a ese alguien cuando desaparecen los sentimientos negativos o encontrados respecto a la persona o la situación. Cuando ya no sentimos que “algo” nos detiene para seguir avanzando, cuando somos capaces de apreciar la lección detrás de la experiencia, cuando comprendemos por qué esa situación o esa persona tuvieron que marcharse y cuando nos sentimos libres para seguir nuestro camino y afrontar un futuro que, aunque incierto, es emocionante y nuevo.
Cuando dejamos ir, estamos en condiciones de enfrentar nuestra realidad y mirar lo que realmente hay en ella para así construir con consciencia lo que deseamos que exista en nuestro interior y en nuestra vida, en general. Dejar ir nada tiene que ver con renunciar a lo que visualizas para el resto de tu vida. Al contrario. Eso que has vivido es lo que necesitabas para continuar construyendo tus sueños y acercarte más al tipo de persona que quieres ser y al tipo de vida que quieres tener. Pregúntate, ¿qué pasos tengo que dar para seguir construyendo un presente con el que me sienta pleno, libre y feliz? Hay que recordar que la vida es una fascinante combinación entre voluntad y destino; libre albedrío y sucesos inesperados. En la libertad de tu Ser, elige cómo quieres vivir. Y desde lo ocurrido, suelta lo que ya no necesitas.
Así que yo creo que ante todo, necesitamos aceptar, agradecer y abrazar la situación. Sin importar lo que hayas vivido, necesitas aceptar que el tiempo que estuvo fue el tiempo que necesitaba estar. Ni más ni menos. Dar gracias por lo que te dejó esa experiencia es hacer una pausa y mirar con detenimiento todas las bendiciones que, sin duda, ya forman parte de tu vida en el presente. Y cuando abrazas, quiere decir que no albergas sentimientos de dolor o sufrimiento por lo ocurrido. Es abrazar con el corazón lo que ya se ha ido.
Las personas sentimos las pérdidas de formas muy diferentes pero el proceso de “dejar ir” es muy similar en la mayoría de la gente. Al final de la línea, para todos se trata de lo mismo: estar dispuestos a desprendernos de lo que ya no tiene cabida en nosotros y así, vivir de una manera más ligera y, porqué no, de una forma más extraordinaria. Por eso se dice que la travesía continúa. Nadie debería quedar atrapado en la añoranza o la melancolía.
Recuerda: dejar ir siempre es un acto de amor, de valentía, de responsabilidad contigo mismo y con tu vida. Nos permite acceder a la aceptación, la paz interior y la calma emocional. No hay que ser víctimas de lo que sucede en nuestras vidas, hay que ser protagonistas de lo que queremos que ocurra.